Fundamentos para la evaluación de Estudiantes Adultos Trabajadores - Evaluación para el aprendizaje

La evaluación está en el núcleo del sistema didáctico y del sistema de enseñanza. Específicamente para aprender, el individuo opera con regulaciones intelectuales internas. En última instancia, cualquier regulación es una autorregulación, al menos si se adhiere a las tesis básicas del constructivismo (Perrenoud, 2008).

En esta perspectiva, cualquier acción educativa debe estimular el autodesarrollo, el autoaprendizaje, la autorregulación de un sujeto al modificar su ambiente, al entrar en interacción con él. Podríamos agregar que esto es especialmente efectivo en el aprendizaje de adultos, cuyos mecanismos de autorregulación están más desarrollados y el EAT deposita en ellos mayor confianza que en regulaciones externas.

Las funciones de la evaluación son diversas, ya que sirve, de manera simultánea, a múltiples objetivos: del sujeto evaluado, del docente, de la institución escolar, de las familias y del sistema social en general. Esa multifuncionalidad da lugar a contradicciones y exigencias difíciles de coordinar, lo que se traduce en tensiones y posiciones muy distintas. Sin embargo, la función básica de la evaluación puede reducirse a regular la acción, interpretar la situación y adoptar medidas necesarias para mantenerla o mejorarla (Blanco Gutierrez, 2003).
A manera de esquema algunas funciones de la evaluación educativa pueden ser:
Pronóstico: Cuando se intenta determinar la capacidad de actuación y el nivel de conocimientos de un estudiante, cuáles son sus necesidades de aprendizaje y poder así situarlo en el curso que mejor se adapte a ellas (Puig, 2008).
Certificativa: Cuando se enfoca en obtener resultados, desde una perspectiva externa, es decir, con independencia respecto a un proceso de enseñanza-aprendizaje; se trata de evaluar, a partir de una serie de pruebas sobre las distintas habilidades que el sujeto de aprendizaje es capaz de demostrar en un momento dado (Puig, 2008) y funciona como “garantía”.
Normativa: Procura construir una clasificación y jerarquías de excelencia, para lo que es preciso que cada sujeto se someta a las mismas pruebas, en condiciones idénticas. Es la moral del examen equitativo (Perrenoud, 2008).
Formativa: Intenta dar al docente informaciones de las que tiene necesidad para intervenir con eficacia en la regulación de los aprendizajes de sus alumnos; ni más ni menos (Perrenoud, 2008). Ésta se realiza durante el proceso de enseñanza-aprendizaje y es deber del profesor determinar aquellos puntos donde el estudiante presenta dificultades para proceder a su corrección y reorientación.

Para el caso de la evaluación educativa, el fin último de todo tipo de evaluación debería ser mejorar los aprendizajes de los estudiantes, y minimizar efectos perversos de la selección y acreditación. Estas últimas funciones son válidas pero deben ser interpretadas en contexto, priorizando la evaluación como oportunidad de aprendizaje.

En la perspectiva de una transformación de las prácticas en dirección a una evaluación más formativa, se entiende que ésta ayuda al estudiante a aprender y al docente a enseñar. La evaluación formativa no es más que uno de los componentes de un dispositivo de individualización de los trayectos formativos y de diferenciación de las intervenciones y encuadramientos pedagógicos (Perrenoud, 2008).

En comparación con la evaluación sumativa:




Evaluación Formativa

Una evaluación es formativa si contribuye a la regulación de los aprendizajes, en el sentido de los objetivos a los que se apunta. Esta proposición permite definir la regulación por sus intenciones sin encerrarse de entrada en una concepción particular de los objetivos, el aprendizaje o la intervención didáctica (Perrenoud, 2008). Algunos autores, refiriéndose a la evaluación formativa aplicada a los procesos de enseñanza y aprendizaje, señalan tres características que la distinguen (Casanova, 1998): 



Una evaluación más formativa identifica y explica los errores, sugiere interpretaciones en cuanto a las estrategias y actitudes de los estudiantes, y por lo tanto,  alimenta directamente a la acción de enseñanza, mientras que el tiempo y la energía volcados en la evaluación tradicional distraen de la invención didáctica y la innovación. No hay ninguna razón para dar a todos los estudiantes la misma “dosis” de evaluación formativa. La diferenciación depende de la observación, la interpretación de los procesos, y la intervención adecuada a las necesidades de cada estudiante.


Evaluación Andragógica

Cuando nos referimos a la evaluación de los aprendizajes cabe preguntarse desde qué  conceptualización estamos hablando. Las innovaciones, en general, han llegado con más facilidad al uso de estrategias de aprendizaje y de recursos didácticos que al ámbito de la evaluación (Bordas, Cabrera, 2001).
En la educación de adultos, no reconocer la importancia de su perfil y no fundamentar y diseñar propuestas educativas para ellos, hace que el adulto encuentre que esos procesos “no son exactamente lo que necesita o lo que desea, no corresponden a sus problemas inmediatos; ni los métodos de trabajo ni los contenidos ni los modos de evaluación le complacen” (Biggs, 1996)
El aprendizaje y la evaluación deben tomar en consideración el desarrollo del propio estudiante, es decir, sus expectativas, su nivel inicial, sus estilos de aprendizaje, sus ritmos e intereses, sus necesidades y proyección futura (Bordas, Cabrera). Desde esta perspectiva, el reto de la evaluación andragógica es cómo debe plantearse para ser congruente con las teorías del aprendizaje significativo, y con las peculiaridades individuales y culturales de los EATs.



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